- Es curioso, ¿no lo cree? –le dije a la mujer que estaba sentada justo al frente de mí-. Los trenes son todos iguales, ¡pero en realidad no lo son! Es posible, aunque no podemos estar completamente seguros, que esta máquina haya sido diseñada por un sujeto que perdió a su esposa en un accidente automovilístico. Y podría ser, ¿por qué no?, que el conductor del automóvil que acabó con la vida de su mujer esté sentado en este mismo vagón, en este mismo instante. Aunque tampoco podemos saberlo. En fin -me interrumpí al ver que se aburría y no parecía estar prestándome atención-, ¿hacia dónde dijo que se dirigía?
- Nunca lo mencioné –constató.
- Sin embargo, podemos fingir que lo hiso, ¿no?
- Este… Claro, no veo por qué no –aceptó sonriente-. Voy a San Francisco.
- ¡Vaya! Esa sí es una curiosa coincidencia. ¡Yo también me dirijo a ese lugar! ¿Vive usted allí?
- Así es. En una casa blanca, de dos pisos. Es bastante hermosa, aunque no me agrada del todo su color. Quizás si fuera azul… o verde tal vez. ¡Eso sería estupendo!
- ¿Vive en una casa blanca de dos pisos? ¡También yo! Veo que tenemos mucho en común –anuncié, feliz de que tuviéramos tanto en común-. Hábleme más de usted por favor.
- Bueno, mi nombre es Jane Smith. Estoy casada con un hombre llamado John Smith. Es alto, de pelo castaño y posee un nombre muy original. Ahora que lo pienso, se parece mucho a usted.
- ¡Eso es porque yo también me llamo John Smith! Cielos, qué casualidad tan increíblemente inesperada. ¡Mi esposa se llama Jane!
La misteriosa mujer tuvo dos segundos de perplejidad.
- Estamos es un tren, el cual abordamos en el mismo lugar y justo al mismo tiempo. Ambos nos dirigimos a San Francisco, lugar en donde vivimos en una casa de dos pisos pintada de un feo color blanco, aunque el blanco no es realmente un color –recapituló sorprendida por la extraña situación o, tal vez, por su maravillosa capacidad de deducción-. Usted es John Smith, y yo soy Jane Smith… Lo cual quiere decir que…
- ¡Estamos casados! –exclamamos al unísono.
Me encontraba totalmente anonadado. Esa tarde había aprendido dos cosas. Primero: nunca sabes cuándo vas a encontrar a tu esposa en un tren. Y segundo: la mostaza en realidad un vegetal, aunque no lo parezca. El mundo está repleto de cosas curiosas. ¿Sería el repollo morado realmente una planta clorofílica?
- Esto sin duda es algo inesperado –murmuré pensativo-. Aunque aún es posible que ese sujeto se encuentre en este vagón. ¡Oye tú! –le grité al vil asesino de esposas de diseñadores de trenes.
- ¡No! –exclamó desesperado.
Se levantó de su asiento con un torpe salto y corrió por el jardín, para luego enterrar su cabeza en el césped, aterrado como un avestruz.
- Nunca lo mencioné –constató.
- Sin embargo, podemos fingir que lo hiso, ¿no?
- Este… Claro, no veo por qué no –aceptó sonriente-. Voy a San Francisco.
- ¡Vaya! Esa sí es una curiosa coincidencia. ¡Yo también me dirijo a ese lugar! ¿Vive usted allí?
- Así es. En una casa blanca, de dos pisos. Es bastante hermosa, aunque no me agrada del todo su color. Quizás si fuera azul… o verde tal vez. ¡Eso sería estupendo!
- ¿Vive en una casa blanca de dos pisos? ¡También yo! Veo que tenemos mucho en común –anuncié, feliz de que tuviéramos tanto en común-. Hábleme más de usted por favor.
- Bueno, mi nombre es Jane Smith. Estoy casada con un hombre llamado John Smith. Es alto, de pelo castaño y posee un nombre muy original. Ahora que lo pienso, se parece mucho a usted.
- ¡Eso es porque yo también me llamo John Smith! Cielos, qué casualidad tan increíblemente inesperada. ¡Mi esposa se llama Jane!
La misteriosa mujer tuvo dos segundos de perplejidad.
- Estamos es un tren, el cual abordamos en el mismo lugar y justo al mismo tiempo. Ambos nos dirigimos a San Francisco, lugar en donde vivimos en una casa de dos pisos pintada de un feo color blanco, aunque el blanco no es realmente un color –recapituló sorprendida por la extraña situación o, tal vez, por su maravillosa capacidad de deducción-. Usted es John Smith, y yo soy Jane Smith… Lo cual quiere decir que…
- ¡Estamos casados! –exclamamos al unísono.
Me encontraba totalmente anonadado. Esa tarde había aprendido dos cosas. Primero: nunca sabes cuándo vas a encontrar a tu esposa en un tren. Y segundo: la mostaza en realidad un vegetal, aunque no lo parezca. El mundo está repleto de cosas curiosas. ¿Sería el repollo morado realmente una planta clorofílica?
- Esto sin duda es algo inesperado –murmuré pensativo-. Aunque aún es posible que ese sujeto se encuentre en este vagón. ¡Oye tú! –le grité al vil asesino de esposas de diseñadores de trenes.
- ¡No! –exclamó desesperado.
Se levantó de su asiento con un torpe salto y corrió por el jardín, para luego enterrar su cabeza en el césped, aterrado como un avestruz.
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