Ayer, el mundo perdió un alma talentosa, una gran artista, y una gran adicta. A la edad de 27 años, Amy Winehouse -dueña de una de las voces femeninas más destacables de la útima década- fue encontrada muerta en su hogar en Londres. Las investigaciones continúan, y la causa de su muerte sigue siendo un misterio no demasiado difícil de resolver; Winehouse abusaba de las drogas hace ya bastante tiempo y, aunque su muerte nos tomó a todos por sorpresa, era algo que se veía venir. Sea cual sea el caso, Amy terminó siendo el miembro más reciente del "Forever 27 Club", un grupo de importantes músicos fallecidos a esa temprana edad -como Kurt Cobain, Janis Joplin, Jimi Hendrix, Jim Morrison, entre otros-.
Lo cierto es que, cuando mueres, repentinamente todos te aman. Quizás no haya sido el caso de Cobain ni de Hendrix, pero de alguna manera todos sabían que a alguien como Amy no le quedaba mucho por hacer, sobre todo cuando su último intento de volver al escenario terminó como un mero desastre. Pero, probablemente, lo más desastroso era que a nadie parecía importarle. Sólo se trataba de una cantante completamente perdida; un motivo de burla -ago así como Britney Spears hace algunos años-. Sí, todos coincidían en que su voz era impresionante, pero ahí terminaba todo.
Sorprendentemente, su muerte marcó tan profundamente el alma de todos que Facebook y Twitter se inundaron de su nombre. Sí, es doloroso haber perdido un talento tan grande como el de Amy, es una pena haber perdido a quien pudo haber sido una gran genia de la música y a quien inspiró a tantos otros artistas. Y, sobre todo, es una pena que todos lo hayan notado precisamente el día en el que se fue. Así que, adiós Amy, te fuiste con lo grandes. Quizás ahí sepan valorarte como un alma llena de talento, y no como una simple celebridad muerta.